domingo, agosto 24, 2003

No sé ni qué



Ocultaba su timidez hablando como si estuviera ausente, como si sus verdaderos intereses se encontraran lejos de allí...

Kurtt Vonnegot

No sé por donde comenzar. Hay historias que parecen inasibles. Fuera del alcance de las palabras que uno tiene. Se complican si incumben sentimientos porque el narrador ya no es objetivo. Se mezcla con los personajes. Se siente con derecho a estar entre ellos. Desespera ante el curso de los acontecimientos. No paraba de hablar. Ella, sí, ella. Y no era su voz la del hechizo. Ni siquiera el rostro. Era un encanto perdido en los libros de la memoria. Era su voz y sus movimientos. Su no estar quieta. Su que el mundo gire. Eran también las mariposas en el estómago. Nunca antes las había sentido. La mirada perdida en el recuerdo de unos días en alguna playa. De la noche, la arena y el rumor de las olas. Los ojos de la incertidumbre. Tener fe o no tenerla. Y ser el espectador. No tener vela en el entierro. Hablar y sugerir las palabras que llagan la lengua. Aire sofocante. El calor provoca extraños cambios de conducta. El paso de las horas. Estoy aburrida de ver atardeceres. Al menos de los atardeceres de mi ciudad. La ciudad derrumbada. Quedarse con la luz. Intensa. Efímera en la mano. Diversa en el recuerdo. Quise entonces aprehenderla en el papel. Insisto. Hay cuentos imposibles de escribirse. Hay amores que fructifican en tierra seca. Otros nunca habrán de ser. ¿O sí? Yo no me fijo imposibles. Lo importante es el ahora. Diferir. Escribir el discurso robando palabras a otros, a los recuerdos, a los libros. Con ella nunca se sabe. Eso es lo interesante y lo peligroso. Ya vámonos, ya me dio frío. Noche cálida. Y ella tiene frío. Ser nadie. Testigo invisible de su andar hacia el auto. Falso ángel guardián. Abrir la puerta. Y su espalda. Enfrente. Estirar la mano. Y su mirada lejos, lejos de aquí. Ahora o nunca. Un rozón. El tiempo detenido. Y la historia que huye. Ella que vuelve. Despierta. Un hombre que comprende tarde. No hablo para ti. No soy para ti. Así es esto. Tan sencillo. Él podría haber intentado besarla. Recibir una bofetada. Decirle estamos destinados el uno para el otro. Las mariposas, las mariposas escapan volando. Él no es el otro. Y el narrador que quisiera cambiar la historia. La mujer que se mete al auto y cierra la puerta. La luna a medio viaje. Sentir entonces sí el frío. Sonreír. Llorar. No sé ni qué.