lunes, agosto 25, 2003

Tiempos compartidos










Me dedicaba a la venta de tiempos compartidos. Esa profesión de hacer castillos en el aire para después venderlos. Pasé días del alba al ocaso recargando mis años en una mesa adornada con solicitudes y contratos de venta. Me divertía tijereteando gente. Contando los coches al pasar. Mirando chicas y retando a tipos que se me quedaban viendo, sin jamás pasar de eso. Sin embargo, mi pasatiempo favorito era traer a la memoria la imagen de Dolores. Dolores es mi novia. Por ella estoy dispuesto a vender un buen número de condominios, sentar cabeza y entonces sí, ponerle su casita.

Conoció a Dolores en un balneario cercano a la ciudad, la descubriría en diminuto traje de baño sobre la improvisada pasarela en que se convierten las piscinas. Con sus ojos desnudos y profundos y la boca adornada en sonrisa. Habló con ella en una de las lunadas, lejos de la fogata y a obscuras mientras le hacía ver las estrellas. Le dijo palabras mágicas al oído, juntos escaparon rumbo al bosque, cayó la blusa, los pantalones, hervía la piel, escucháronse leves gemidos, ofrendaron su cuerpo a la diosa luna y se hicieron novios.

De regreso a casa. Qué suerte. La observas desde la ventanilla del camión. Pero. Y abriendo los ojos desmesuradamente crispas los labios — ¡No puede ser! —. Te pones de pie y pides la bajada. En el corazón se desata el huracán que termina contenido en los puños dispuesto a azotar la costa de otro rostro. Debe tratarse de una mentira, un espejismo provocado por los celos, tu Dolores, tu chica... con un él, con un otro, fuera de ti, acariciada por otra dermis, lavada por saliva nueva. Desciendes, corres, la verás, gritarás y llorarás siete veces siete, siete veces siete