jueves, mayo 06, 2004

Cineforo

Pudo ser el tiempo detenido. El súbito despertar hacia la nada. La posibilidad de recordar después esa noche, su sonrisa y los ojos clavados en el cielo despejado de febrero. Todo quedó en esbozos. Dentro de la sala, ahora iluminada por tenúes luces, un inquietante silencio. Los pocos espectadores se fueron levantando lentamente, como quién recien despierta, como quien va dejando tras de si el fantasma del sueño. Pero no había sido un sueño. Aunque cuando voltea una vez más para verla, no la encuentra. Una punzada en la boca del estómago. Mover la cabeza hacia todos los lados posibles. No estaba. «En que momento se ha ido». Se levanta con prisa, tratar de alcanzarla en el vestíbulo. No encuetra a nadie salvo al último par de espectadores que toman la escalera hacia el exterior, y la dependienta de la dulcería. Qué hacer. Tal vez se encontraría en el baño. Se encaminó a la dulcería. «No sabes si alguien ha entradado al baño». La dependienta lo mira de manera extraña. «Busco a una amiga» dice, para justificarse. Para que los ojos acusadores de ella lo miren con nuevo espíritu. Sólo mueve la cabeza en forma negativa. Tiene que confiar en ella. La punzada es persistente. Toma la escalera hacía la salida. Se despide del tipo que custodia la puerta. Un pasillo más o menos largo y más escaleras. Casi corre. Los últimos días de febrero. La noche es cálida, casi asfixiante. Izquierda o derecha. La vida siempe es elección. La banqueta vacía. Son casi las diez de la noche de un domingo. Se decide por la avenida principal. No hay muchos autos. En la esquina ha cruzado a pesar de que la luz roja del semáforo que buscaba indiferente detener su paso. La banqueta en la avenida es ancha. Una ráfaga de viento levanta hojas secas a su paso. Se va perdiendo en la oscuridad de la noche. Se va perdiendo. Se va perdiendo.