sábado, mayo 08, 2004

Paisajes interiores

I

I

Un abismo.
Tus pasos han guiado hasta el borde
ráfagas de viento: tu cuerpo
una casa a medias levantada.
Tiembla. Se inclina.
Recuerdos se deslizan en una danza incomprensible. Arquean
el velo de su cuerpo
agitan el pabilo de sus manos.
No puedo decir que cada piedra ha sido puesta en su lugar
con intenciones transparentes.
Hay en el aire un parpadeo de luz. A la distancia
un ave, quizás halcón. La caída:
río inexistente
donde navegan las pirañas.
En el abismo no hay frutos minerales.
Acaso un camino trazado por el fuego
que descubre las edades de las rocas,
los restos fósiles de la memoria.
(No es necesario excavar por mucho tiempo).
El viento
empuja,
estoico permaneces: qué mano, que boca hay
tras el viento
—qué mensaje, qué línea de qué libro.
Un árbol caído. El filoso acero recorre su corteza y la desnuda.
Es verdad que estuviste en esas rocas. Las huellas
lo atestiguan.
Ni monumentos, ni memorias.
Tal vez la sombra que pasa sobre ti no es
la sombre de un buitre:
tal vez
no estas muerto.