Sin palabras aún...
Es la desesperación del silencio. No a la hoja en blanco. No es tampoco falta de musa. No al menos una musa real, palpable más de carne que de hueso. Se trata del remolino que se lleva las palabras exactas para expresar lo que se vive, lo que se quisiera comunicar. El limbo. El miedo a lo nuevo. A lo desconocido. A lo porvenir. Llegar a un punto intermedio donde los sueños apenas se vislumbran. Y no es la claridad de la vigilia. Ahora estoy en pausa. A la espera de resultados y cuerdas tensadas ajenas a mis manos. Como casi todo. Empeñarse hasta las últimas consecuencias en seguir firme en el credo particular. Instantes de intuición e incertidumbre... de seguir sin palabras... quizá sin ideas... en silencio.
Pero no todo es silencio. Para continuar con Paul Auster, transcribo un fragmento del texto que el escritor David Miklós publico en sábado de uno más uno, el cual completo acompañaba las ilustraciones del post anterior. Hasta luego
Donde las calles no tienen nombre.
Paúl Auster pudo haber muerto muchos años antes de escribir su primera novela, Ciudad de cristal (1985). Cuando era adolescente, nuestro escritor se encontraba de paseo por el campo y dejó que uno de sus compañeros pasara primero bajo una barda de alambre de púas, en plena tormenta eléctrica. Su amigo sufrió el impacto mortal de un rayo. Según Auster, esa catástrofe le estaba destinada, pero cedió el paso a su compañero y sobrevivió de chiripa, como suele decirse. ¿Cuál es la probabilidad de que algo así suceda? 24 años después, Paúl Auster publicó la primera parte de su Trilogía de Nueva York. La excusa es una llamada de teléfono equivocada que nuestro autor recibió en la primavera de 1980. Un hombre preguntaba por la Agencia de Detectives Pinkerton. Lo mismo sucedió al día siguiente. Auster se preguntó qué hubiera sucedido si, en vez de decir que habían marcado el número equivocado, hubiese fingido que era un detective. Así nació la anécdota de Ciudad de cristal, novela que contiene a su propio autor como personaje secundario. Daniel Quinn, escritor de novelas de detectives, recibe una llamada extraña a altas horas de la noche, en la que preguntan por Paúl Auster, investigador privado. Cuando la llamada sucede de nuevo, Quinn finge ser Auster y toma el extraño caso de Peter Stillman y su mujer, Virginia. Quinn deberá encontrar al padre dé Stillman antes de que éste encuentre a su hijo y termine de destruirlo, una vez fuera de la cárcel. Ya avanzada la investigación, Quinn visita a Auster un escritor de carne y hueso, no un detective privado, para contarle lo sucedido. Como consecuencia de esa llamada, Quinn se verá condenado a una perdida gradual de su identidad, hasta volverse parte del paisaje. Como si lo hubiera matado un rayo. El caso, por supuesto, no se resuelve.
Pero no todo es silencio. Para continuar con Paul Auster, transcribo un fragmento del texto que el escritor David Miklós publico en sábado de uno más uno, el cual completo acompañaba las ilustraciones del post anterior. Hasta luego
Donde las calles no tienen nombre.
Paúl Auster pudo haber muerto muchos años antes de escribir su primera novela, Ciudad de cristal (1985). Cuando era adolescente, nuestro escritor se encontraba de paseo por el campo y dejó que uno de sus compañeros pasara primero bajo una barda de alambre de púas, en plena tormenta eléctrica. Su amigo sufrió el impacto mortal de un rayo. Según Auster, esa catástrofe le estaba destinada, pero cedió el paso a su compañero y sobrevivió de chiripa, como suele decirse. ¿Cuál es la probabilidad de que algo así suceda? 24 años después, Paúl Auster publicó la primera parte de su Trilogía de Nueva York. La excusa es una llamada de teléfono equivocada que nuestro autor recibió en la primavera de 1980. Un hombre preguntaba por la Agencia de Detectives Pinkerton. Lo mismo sucedió al día siguiente. Auster se preguntó qué hubiera sucedido si, en vez de decir que habían marcado el número equivocado, hubiese fingido que era un detective. Así nació la anécdota de Ciudad de cristal, novela que contiene a su propio autor como personaje secundario. Daniel Quinn, escritor de novelas de detectives, recibe una llamada extraña a altas horas de la noche, en la que preguntan por Paúl Auster, investigador privado. Cuando la llamada sucede de nuevo, Quinn finge ser Auster y toma el extraño caso de Peter Stillman y su mujer, Virginia. Quinn deberá encontrar al padre dé Stillman antes de que éste encuentre a su hijo y termine de destruirlo, una vez fuera de la cárcel. Ya avanzada la investigación, Quinn visita a Auster un escritor de carne y hueso, no un detective privado, para contarle lo sucedido. Como consecuencia de esa llamada, Quinn se verá condenado a una perdida gradual de su identidad, hasta volverse parte del paisaje. Como si lo hubiera matado un rayo. El caso, por supuesto, no se resuelve.
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