sábado, octubre 25, 2003

Nada importaba entonces (segunda entrega)

4
Observa la calle desde la ventana. Se pregunta por qué no olvidarse de todo. Quedarse en casa sin hacer absolutamente nada excepto mirar la calle y escuchar los sonidos que vienen del exterior. Aletargado. Sus sentidos parecen más sensibles que cualquier otra ocasión y el cuerpo le pesa enormidades. El viento frío de la mañana penetra a la habitación refrescando su rostro. Piensa que el hombre siempre está moviéndose hacia algún lugar, siempre buscando un siguiente sitio. ¿Cuál es ese lugar al que nunca llegaremos y dónde queda? Siempre avance, crecimiento, nunca pausa. ¿Quién soy? ¿Qué me hace intentar detener mi paso? No lo sabe. Y esa pausa le atemoriza. Yo no decidí venir a este mundo. Me arrojaron a él. Supone que al meterse bajo la regadera sus pensamientos quedaran en el olvido. Con sobresalto comprueba que aquella sensación de vacío lo sigue acompañando.

5
Entonces soy prisionero de todo tipo de interrogantes: ¿por qué estoy aquí, justamente aquí, a está hora y no allá, en cualquier sitio? ¿Por qué contenerme cuando lo que en realidad deseo es mitigar, aunque sea un poco, esa necesidad de libertad sembrada en todos los hombres...? Me hundo cada vez más en la arena movediza de estas preguntas que puedo resumir en dos: ¿Qué hago en esta vida? ¿Qué es la vida?

6
¿Soy el que aparece entre el vaho que empaña el espejo? ¿Esa figura desnuda, mojada que sacude su cabello y se mira para saber que sigue ahí, que sigue siendo el mismo?
Unos ojos se confunden en el par de enfrente: luchan por ver cual resiste más sin parpadear: hay un ligero temblor en los labios. Una gota desliza por la sien. Le pregunto al otro: ¿eres acaso yo?
No hay respuesta
La mano quita el vapor del espejo. Miro la imagen. De nuevo soy.
Termino de colocarme el disfraz para este día. Abro la puerta y escapo a toda prisa del pulpo en que se convierte una casa casa al ser abandonada.
El departamento se ha quedado solo con los secretos que nadie habrá de descubrir.