viernes, octubre 24, 2003

Nada importaba entonces

Estos son los esbozos de un cuento largo, quiza noveleta, titulada "Nada importaba entonces". Los estaré colocando en la red para que los pocos lectores que tengo me hagan sus comentarios. Ojalá se logré.

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De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
—¡Ah! -dijo el zorro—, lloraré.
—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
—Ciertamente —dijo el zorro.
— ¡Y vas a llorar! —dijo el principito.
—¡Seguro!
—No ganas nada.
—Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo.

Antoine de Saint-Exupéry
«El Principito», capítulo xix

1
Araly, yo no sé donde estoy, todo esta muy oscuro aquí, floto enmedio de la nada, puedo tocar mi frágil desnudez, atravesar con la mano el pecho y palpar la espalda. No hay viento, ni frío, ni calor, es como si permanecira dentro de ti un largo instante.
¿Dónde estoy Araly? ¿Dónde estoy? Yo no sé en que lugar guardaron tus recuerdos. Ahora que lo pienso me pregunto si no estaré volando adentro de tu boca. No hay horizonte, no tengo idea de hasta que punto alcanza mi vista, si se pierde en el infinito o si acaso una pared se alza a una leve distancia de mis manos. Ya te dije Araly, todo es tan oscuro aquí.
¿Recuerdas cuando te preguntaba qué era la muerte? ¿Será esto la muerte Araly? ¿Esto la muerte Araly? ¿La muerte Araly? ¿Muerte Araly? ¿Araly?

2
Sucede a las tres o cuatro de la madrugada; cuando mi cuerpo se torna frío; cuando tu lado de la cama se halla vacío y la sábana es testigo de que nada hay que sirva de reemplazo al temblor de tu vientre, siempre tibio, complaciente.
Abro los ojos
—o eso creo—
una tenúe luz alcanza a brincar por la ventana. Pienso entonces en tu ausencia, en mi insomnio, porque sin ellos no retornaría al maquiavélico juego de la araña y la mosca.
Ahora que te encuentras apartada de mí, comprendo lo tan dueña que eres de ti misma, aunque ni tu misma lo sepas.
La habitación se transforma en hondo abismo; cada noche caigo una y otra vez. Despierto sudoroso, atravesado sobre el colchón con tu nombre pegado a la sal de mis labios, hundido en la baba de mis pesadillas.
Es un no comprender lo inteligible.
Reírse y mirar de nuevo a la mosca capturada en la telaraña.
como te decía, tengo frío,
pero es un frío distinto; es el hielo de tener la certeza de que la única certeza con la que todos los hombres contamos, es la certeza de morir.


3
Eran las siete de la mañana cuando volvió a abrir los ojos. Por la ventana un fugitivo resplandor se filtraba. Dudó en levantarse. Era la hora en la que el día aún no es día y la noche no ha dejado de serlo. Estiró el brazo fuera de las cobijas en busca de su reloj. Vio el reloj y dejo escapar un suspiro de resignación. Arrojó las cobijas al pie de la cama y se sentó. Apretó el interruptor de la lámpara; la luz lo deslumbró y terminó de despertarlo. Se levantó. Parecía que las paredes de la habitación se habían estrechado durante la noche. Miró las paredes y fue invadido por el vértigo. Recordó que había soñado con algo que vagamente recordaba haber soñado tiempo atrás. Su cuerpo estaba ahí. Su espíritu aún no.