jueves, septiembre 25, 2003

Chinge su madre... Nadie

En varias ocasiones lo que escribo me ha metido en problemas de muy diverso talante. Sin embargo, no recuerdo hasta la fecha que hubiera perdido alguna amistad debido a eso. Y no lo escribo porque necesariamente vaya a suceder, pero no dejo en saco roto que grandes amistades literarias, como el clásico ejemplo de Octavio Paz y Carlos Fuentes que terminaron o se distanciaron por la palabra, concluyeron por malentendidos con lo escrito. Si las amistades se pierden, que otras cosas tan trascendentes, o más, podrían también trastocarse. Reza el dicho que la palabra es más fuerte que la espada. Ante este dicho siempre me he manifestado en contra: la literatura no me ha servido para hacerme fuerte. Al contrario. Mas como mi espíritu no es cerrado del todo comienzo a ceder en mi postura y aceptar la contundencia de los hechos. La lectura que los demás hacen de nosotros a través de lo que escribimos, sobre todo lo inmediato, nos convierte en otro que no somos. Cada lector es un posible traductor, un receptor que dependiendo el nivel y el conocimiento de las cosas que lo envuelven sabrá captar esos mensajes con más o menos profundidad o se quedará solamente a nivel de la piel. Recuerdo que cuando tenía unos 16 años escribí una noveleta pornográfica titulada “El poeta del sexo”. Ahora me arrepiento de ello. No por lo pornográfico. Por lo mal escrito, por lo llena de clichés. En cada capítulo el personaje principal (¿un urgido “alter ego” adolescente?), nos contaba una experiencia erótica diferente en el que los personajes eran tan variados como la imaginación de entonces: la prima, la sirvienta, la maestra de literatura, la novia, la chica que conoces en un concierto, etc… Un par de años más tarde, cuando ya estudiaba diseño, tuve la suerte de conocer a una chica de la cual recuerdo sólo su nombre Gaby y que además estudiaba teatro. Platicamos de mis entonces entusiastas comienzos en la carrera literaria, y le comenté de la existencia de esa novela. Me pidió que se la prestara y así lo hice. Una semana después la encontré con cara de dolor y pesadumbre. Entre balbuceos me explicó que se sentía apenada porque mi manuscrito había terminado hecho trizas y en la basura. La historia era sencilla: había olvidado las hojas engargoladas sobre la mesa del comedor, alguno de sus padres tuvo el “acierto” de pasar por ahí, sorprenderse del título, hojearlo, tal vez leerlo (no todo por supuesto, alguna página), y erigirse en juez del buen gusto literario y la moral del autor. Por lo demás, si yo supiera que tan sólo era una cuestión de buen gusto literario, creo que no estaría escribiendo esta nota a estas horas de la madrugada. El problema es cuando se decide lo que uno es sin conocerlo bien, a partir de sus esbozos, de sus indiscreciones, de lo poco o mucho que deja fluir. Es curioso como cuando la situación es un tanto inversa todo pareciera marchar mejor. El libro de G. nos encanta, no conocemos a G pero ahora creemos conocerlo. Lo idealizamos. Incluso de alguna manera lo amamos. Hasta que un día acudimos a la presentación del libro y descubrimos que G a pesar de su gran talento es nefasto como ser humano. Y esto es parte de la vida. Uno quisiera que aquella persona que es capaz de escribir algo tan bello tenga una vida semejante. Y sin embargo es tan extraño encontrar gente congruente.
Nunca en estas varias ocasiones la palabra me ha llevado a desentendidos tan fuertes como para terminar la discusión a golpes. Me considero una persona pacífica cuando se trata de argumentar a través de la fuerza bruta. Me considero también cobarde (para que andarse en este caso con medias tintas), sin embargo las pocas situaciones en que han terminado partiéndome la madre, como popularmente se dice, han sido por defender o enfrentar las consecuencias de las decisiones tomadas por los amigos y aquellos a quien amo. Y creo que estaré dispuesto a seguirlo haciendo, a pesar de sacar siempre la peor parte, a pesar de haber sido abandonado en los momentos cruciales por aquellos que se supone estaban de mi parte o a los que defendía. He corrido de los golpes. Literalmente. Y clamado auxilio ante un enemigo mucho más poderoso y experimentado. Y tampoco me arrepiento. No comulgo con la idea del suicidio estoico. Acepto la fatalidad y me resigno. Creo que eso lo tengo muy claro y la lección se la debo a los queridos y enormes griegos.
Por lo tanto hace un tiempo ya que asumí los riegos de escribir, sobre todo de escribir cosas de la gente cercana, algunos lo toman con gracia, otros no tanto, es sorprendente como la gente se olvida que esto es literatura, que esto es virtual, pasajero, lo que importa esta del otro lado, lo que cada quien lleva en su interior, lo que cada uno vive. Uno intenta recrear el mundo pero es apenas un punto de vista, cada quién tiene el suyo. La realidad supera a la ficción. Cada día se empeña en demostrarlo. Por eso, y sin el permiso de Carlos Maldonado, cuya próxima exposición así se titula, y en homenaje al homérico Nadie que engañaba a Polifemo, Chingue su madre… Nadie y que cada quien se vista y acomode el famoso saco como le de su pinche gana.