jueves, octubre 30, 2003

Cada día pronunciamos nuestra propia sentencia, aunque parezca disfrazarse de felicidad, cada decisión, cada palabra, son un acercamiento al plazo, al día ineludible, a las partidas, a la condena. Cada quien defiende lo que considera defendible. Así en el amor: ahora me aferro a la más tenue esperanza. Porque no caeré al abismo sin antes intentar subir la escarpada roca. Sí, tal vez caeré y nada quedará de mí, pero tal vez también, tal vez, en algún momento arrojes una cuerda, o acerques tu mano y cambie el curso de nuestra historia.