jueves, noviembre 27, 2003

Nada importaba entonces (novena entrega con aclaración)

¿Quién es Araly?. Algunos me lo han preguntado. Y yo no se responder. Porque Araly no existe. O si se quiere es un ser conformado de recuerdos. Un rompecabezas creado a base de flashbacks. Por supuesto hubo una Araly original. Pero ya no existe. Así como no hay recuerdo original de nada. ¿Hasta que limite llegó Araly? Esta es la historia final. La historia que detiene una nueva: la de Nisa. Nisa apenas balbucea y ya muchos preguntan por su nombre. Nisa como Araly no existe. Pero es un ser conformado de esperanza. Una esperanza de que nuestra creación terminará matándonos. Prefiero morir apuñalado (por mi creación) que no intentarlo. Por otra parte, decidi escribir estas líneas e interrumpir el silencio de las entregas de "Nada importaba entonces" porque en estos tres capítulos escritos hace tanto tiempo ya encuentro la profecía de algunos de los proyectos en los que ahora trabajo. La presencia de Casandra. El libro del olvido. Basta pues de palabrería, he aqui tres capítulos que movieron mis entrañas hondamente.


18
Por mucho tiempo creí que enamorarse era sufrir; cuando te enamoras te sientes capaz de dar todo de ti, inclusive de hacer las cosas que dices más odiar, pero el amado nunca queda satisfecho: siempre existirá un extremo a trasponer, otro beso, una caricia nueva, una frase nunca antes escuchada; que enamorarse ciegamente era un ir a la búsqueda de más y más hasta agotarse; terminar hartos de perseguirse sin alcanzarse jamás por completo; que nos fascina sufrir y por lo tanto imposible sería dejar de enamorarnos. Lo prohibido, lo que duele, fueron origen de placer para mí. Placer misterioso nacido de violentar las normas, de caer en la tentación. Creí gozar con mis pasiones y me engañé con esa libertad falsa. Dije entonces que no había cargo en la conciencia; me cubrí de pretextos para escurrir la culpa: ¿acaso soy yo el guardian de mi hermano?
La idea del hoy me parece confusa, y no obstante Araly, puedo decir que tú me trajiste nueva vida. Me llevaste a un estado de sensibilidad total: ver al mundo con ojos nuevos, percibir imágenes que nunca antes creí posible contemplar; que existieran. Trajiste la poesía, y con ello una crisis originada en una nueva visión del amor.
Una flor que apenas creció, a la que regamos y entregamos todo el cariño, eso fue el amor —nuestro amor.
Tomé la flor y me hice responsable de su crecimiento.
No fue tiempo perdido el que invertí en ella.
Tú, Araly, fuíste la flor.
—Mi poema más difícil.

19
Ya no tiene caso tratar de recordar con exactitud los días y las horas en los que Araly y yo nos encontramos. Tampoco importa saber que encuentro y en que lugar sucedió primero. (¿Alguna vez nos han servido las certezas para algo más que tener fe en nuestro destino?) Pudo ser en el café que estoy mirando y que tanto nos gustaba, o caminando por las calles de esta ciudad mala madre. O quizás pueda soñar todas las pláticas. Sí, un largo sueño que me inventé para olvidar la soledad. Un largo sueño del que tal vez no quiero despertar, tan largo como la vida misma. ¿Tiene caso recordar que Araly, según me dijo, nació por una broma del destino en esta ciudad? un viaje inesperado, un parto inesperado. Yo creo que las personas pertenecen en todo caso a si mismas, no al lugar donde nacen sino donde viven. Araly vivio su juventud en otro lado. Años después regresó a estos rumbos. Pero su caracter lo adquirió en la otra. Una ciudad llena de contradicciones, pequeña y grande en muchos sentidos, noche y día, oscuridad y luz. El alma de Araly era de laberinto, de calles y túneles que conducían siempre a un lugar distinto. Tal vez Araly supero el espíritu de su ciudad. Amaba aquella ciudad pero alguien decidió por ella emigrar a esta. Para tener más oportunidades le dijeron. Fue dificil, pero una vez aquí supo que tenía que haber venido desde siempre. Qué estudió Araly, no lo recuerdo. O no me lo dijo.

20
Quizá soy yo el que no quiere recordarlo. Probablemente letras o comunicación. Alguna vez le pregunté por qué no la capital. A la capital le tenía miedo, que aún no estaba preparada. En Araly convivían sin mucho esfuerzo una gran valentía y un gran temor al mismo tiempo. El respeto y la irreverencia. Me sorprendía su religiosidad hacia la vida. Su confianza ciega en un poder superior. Y no creía en los poetas que negaban la existencia de un ser total. La poesía decía ella, tiene que ser un diálogo con ese ser. Si quieres tú un balbuceo. El poeta es una esfinge, intermediario entre los dioses y los hombres. Alguna vez alguien dijo me dan miedo las esfinges. Piensa entonces en Casandra. Ese es el destino del poeta. Tener el don de Apolo y no ser entendido. Ver su propia desgracia y expresarla en sonidos ininteligibles. Hemos perdido el don de la poesía, se lamentaba. Discutíamos por eso. El destino esta escrito, las elecciones que hacemos son mínimas y ya están contempladas, ligeras variaciones para un mismo fin. Los sueños nos distraen y nos amargan. Cuando yo decía esto ella callaba, o cambiaba la conversación y era punto final a estos temas. A veces en su enojo llegó a decir que no tenía caso hablar cuando no te quieren escuchar. Tal vez yo no la quise escuchar Escucharla era cuestionar mis certezas, mi seguridad, mi mayor miedo era la libertad. Qué hacer con ella. En ese entonces Araly quería escribir una novela que hablara sobre la vida de un escritor, nunca nombrarlo, hablar de su lucha contra la soledad, la inmersión en si mismo, en el todo, en la sensibilidad. Un libro que quitara a los escritores esa imagen de estrafalarios y famélicos borrachos, insaciables seductores, egoístas, torpes, alejados del mundo. Soñaba incluso con después convertirla en guión de una película. Incluso hasta la posibiidad de dirigirla ella misma. Araly y sus sueños llenaban mi alma de fe. Su fe, su alegría me motivaron a escribir. Supongo que los poemas que en ese entonces escribí no valen nada, versitos de principiante enamorado. Después intenté escribir un libro en el que el tema central era el olvido. El olvido que borra nuestros fracasos, el olvido que redime y del cual habremos de salir renovados. Ahora el olvido duerme en un lugar que ni yo mismo recuerdo. Sí, pudo ser el café que Ahora miro. O cualquier sitio. Si Araly estuviera aquí no me dejaría hundirme en estos pensamientos. Pero no esta. Y yo necesito estar solo. sólo, ni siquiera conmigo mismo. No me soporto.