jueves, noviembre 06, 2003

Nada importaba entonces (Sexta entrega)

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La primera vez que salimos juntos de un cine el sol estaba casi a punto de ocultarse, el centro de la ciudad cubierto por la luz ambarina de las lámparas, no había grandes nubes en el cielo que apresuradamente se volvía negro y se colmaba de estrellas. Caminar tomados de la mano por calles antiguas inundadas de gente apresurada ajena a nosotros. Personas para las que nosotros fuímos apenas fantasmas.
Me gustaba caminar con Araly, el saber que para ella las cosas más sencillas están llenas de belleza; mirarla y descubrir como puede transmitirse la alegría con una mirada, un apretón de manos. Por el contrario yo soy frío para expresar lo que siento. Estar con ella me hacía ser humano.
Platicamos largamente. Hablé de mi vida. De que por mucho tiempo creí que seguir a mis amigos era vida, de los motivos para empezar a leer y luego a escribir. A su vez yo escuchaba con atención lo que ella me contaba; de su vida, de su familia, de su trabajo, de su manera de ver la vida, del amor.
Sí, caminamos horas, kilómetros sin jamás agotarnos.
Recorrimos una de las avenidas principales, nos dejamos ir por la orilla de ese río de autos intercambiando puntos de vista del paisaje. Me encanta caminar por esas calles. Está ciudad tiene una magia espacial que no cualquiera capta. Recuerdo que le platiqué el sueño del tren, ella rió divertida, quizá para ella no fue más que el comienzo de un buen filme. Araly no hacía caso de los sueños. Decía que en vez de preocuparnos por interpretar los sueños, mejor vivir la vida al máximo y cada instante: comprometerse enteramente en ello. Yo no soy como Araly. Yo pienso siempre en el futuro. En que mis actos son ahora los actos que deciden un futuro posible o no. Al pasado, a mi pasado no le temo en cuanto a lo que pueda repercutir en el hoy, pero no lo olvido, en él siempre hay claves. No creo en la amnesia voluntaria.
Al despedirnos me sentí tonto, con un deseo tremendo de abrazarla y sin embargo, sólo atiné a sonreír...

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Me gustan los cafés vacíos. Escuchar los sonidos, continuos y agitados que avanzan presurososo al exterior.
¿Vendría o no vendría? ¿Cómo saberlo? Llegar media hora antes de la hora acordada. Conocer el lugar. Ubicarse, encontrar un espacio y hacerlo propio. Así, cuando arribe quien se espera, llegará a mi casa, a mi mesa.

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Paladear tu nombre es masticar un beso lentamente, recorrer cada recoveco de la boca en un reconocimiento final. Tomar letra por letra e irlas desnudando hasta descubriri quién eres tú verdaderamente.