jueves, enero 22, 2004

Crónica de un jueves

10:06
A punto de meterme a bañar. He pensado en dejar abierta la mayor parte del día esta ventana del blog. a manera de diario, digamos. Ir escribiendo aquí frases fugaces, párrafos surgidos del momento. Dejar que la escritura fluya. Aunque pueda parecer inconexa. El viernes pasado, en el concierto, ahora sí último, de "Restos", sentí en lo profundo que la novela que tengo detenida donde uno de los personajes principales es una extraña mujer llamada Nisa podría quizá ser retomada. El ambiente de penumbra de "Las flores de los muertos", ver ahi a tantos amigos y conocidos, escuchar las canciones de aquel trío, y divetirnos con las locuras de las "Lesbian bitches from mars" me hicieron recordar por momentos aquella sensación que me llevo hace ya casi seis meses a escribir algunos párrafos, a vislumbrar una novela que retratara la vida nocturna de un grupo de amigos sus ilusiones y fracasoso, la amargura que reina en el ambiente ante un mundo cambiante, donde nada es seguro. Ni la vida misma. Una novela donde como siempre amor y muerte flirtearan con descaro, retratar el miedo a dejarse amar y ser amado. El miedo a un vacío prometedor. La renuncia a la propia felicidad por ir tras un espejismo de lo que se busca. Me acerqué a Efrén sólo para decirle (que pedante), que con ese concierto se habían ganado el derecho de estar en la novela. Debo escribirla. Aunque se un bodrío. Recuerdo que comenzaba en el Bar Américas, con Brita Urias y Cristal Esquivel, sí era el cumpleaños de Lu. Pero pasar de esto al punto final, que veladamente ha sido sugerido por Leticia Cortés, sin saberlo ella, al utilizar mi frase ¿Importan realmente los nombres? para una irónica despedida. Por lo pronto la semilla de la novela esta ahí. No puedo olvidar el libro de cuentos de la beca y claro, el libro de poemas que se publicará en Canada, el cuál lo termino a marchas forzadas ayudado por las sugerencias de Hilda (Figueroa) y de Jazmin (Ángeles).

10:55
Después de bañarme y rasurarme.
Pensaba, mientras el agua caía sobre mi cuerpo, de qué manera el amor que dos personas sienten puede pasar de ser el más dulce enamoramiento, de querer estar la mayor parte de su tiempo juntos, de compartir sus sueños a un juego sadomasoquista, Amo-esclavo, en el que cualquier pretexto es bueno para sacar el látigo y azotarse, y luego intercambiar ese pedazo de cuero y rotar las posiciones. El amor se convierte en una guerra, no en una "guerra relámpago" donde el enemigo avanza de manera sorpresiva arrancando posiciones. No, una guerra lenta, pequeñas incursiones, de baja intensidad, con alguna que otra batalla cruenta en daños pero no tanto en bajas. Y de pronto a mitad de esta guerra, pedir una tregua para hacer el amor, para mirarse, devorarse el uno al otro con ahinco, dormir abrazados esperando que ningún ruido los despierte. La tregua pasa. Una palabra, una omisión, un gesto y nuevamente el intercambio de artilleria, la más pesada para dos que saben el contenido de su arsenal: las palabras.
Lo peor de todo: tener el diagnóstico y no escapar. Permanecer en esa tierra bélica, cuando nuestro pasaporte nos permitiría viajar a países aún no invadidos, a trópicos de calma y sensualidad. Aferrarse al combate, a la miseria. A ser heridos de manera permanente. A quedar lisiados. Y presumir después los muñones de los miembros perdidos: —¡pero fue por amor!

17:56
Los pequeños grandes placeres de la vida: carne adobada de "La Azteca", deliciosas quesadillas con adobera "Aguascalientes" y un vaso con jugo de uva y vodka. La tarde entera han escuchado los Héroes del silencio. He dormido y soñado que un ángel carnal venía a mi habitación y se arrojaba en mis brazos, su carne se hacía estanque femenino, una sirena varada en mis recuerdos, las naves quemadas, la nueva tierra es nueva cada vez que ella y yo encallamos. Y se oía el crepitar del mar contra las rocas. El crepitar del mar. Las rocas. Y acabé bañado en sal.

19:31
Bunbury canta melancólico. Cuarenta y nueve son las páginas que tengo del poemario que debo terminar para enviar a Quebec. Me faltan once poemas para completar un mínimo decente. Leo pues un poco de todo. Pienso en lo que debo escribir. El poemario sigue sin título. Ahora mi trabajo es terminar a lo que de lugar el diseño del número 15 de La Voz de la Esfinge.