sábado, enero 24, 2004

Slidding doors

Ella y él están en la habitación del departamento. Se han mirado intensamente durante algunos minutos, incluso se han besado con timidez. Ella esta dispuesta a hacer el amor. Él no ha dicho nada, no lo ha pensado, pero seguramente no se negará. Las manos aterrizan en el cuerpo de enfrente mientras las miradas dejan de observarse para tratar de capturar en la oscuridad inicial de los ojos cerrados las sensaciones primigenias. Entonces el compañero de departamento abre la puerta e interrumpe. Él cierra la puerta de la habitación. Ella se ríe. El compañero, el invasor, el que interrumpe, toca la puerta sólo para preguntar si todo esta bien. "Todo bien". Responde. Pero su mente divaga en los tormentos que la inquisión inventara hace tanto tiempo. Ella y él se retiran. El departamento tomado. Y mientras el auto se mueve en dirección a casa de Ella ambos siguen en la habitación. Sí llegó o no llegó el compañero de departamento es intrascendente, se dejan llevar por la respiración agitada, por las caricias sobre la piel. Llas ropas van quedando lejos, las desprenden de los cuerpos con urgencia, desesperación. Se abrazan tiernamente como no lo hacen desde hace tanto tiempo. Y así sellan un pacto que no habrá de disolverse nunca más. Pero ella se ha quedado en casa, le ha dicho que es la despedida final. Ya no más llanto. Ya no más espera. Y él sólo piensa en matar a su compañero. Pero ahora debe partir. Lo esperan en otro sitio. Le espera la promesa de algo no concreto. "Vas tras la sombra del sufrimiento", ha dicho ella. "Ya basta, Sal de ahí. Me duele". Y el asiente. No quiere partir. Dejarla en esa sala es dejar una parte de él mismo. Dejar su vida. Lo intuye. Lo sabrá con certeza hasta el día siguiente, u otro día posterior. Después de hacer el amor se abrazan. Duran un rato en silencio. Ella sonríe. Recuperado el amor lo demás carece de importancia. Se siguen mirándo. Por la ventana se cuela el ruido de los autos que recorren la avenida. Se siguen abrazando. Él se queda pensando entonces que ya no fue a la otra cita. Que seguramente será maldecido. Con suerte y hasta algunas lágrimas se derramen por su causa. No le importa. Los brazos que lo acunan son cálidos y sinceros. "Pequeño". Susurra Ella. Alguien marca desesperado el número de Él pero el teléfono esta apagado. El estómago se retuerce. La sangre sube a sus labios. Sabe que hacer corajes le llevará a la tumba. Él en realidad deambuló bajo el auspicio de la noche. Ella se ha despedido. Él, una vez, más ha hecho lo que su fantasía le dictó.