viernes, febrero 27, 2004

Bajo el andén

al «Inshecto» y sus sueños...

Parecía dudar como las veces anteriores. Su mirada viajando de la pared a las vías, los ojos dilatados, como buscando algo en la oscuridad. Una respuesta, una razón o algo que ignoro. Tantas veces he pasado por aquí desde que lo ví por vez primera, siempre ignorando qué miraba, qué objeto buscaba. Ante la imposibilidad de seguirlo me conformaba con observarlo desde el andén de enfrente mientras esperaba el tren que vendría en la dirección opuesta. Intenté descubrir qué miraba, era tan difícil como armar un rompecabezas. Luego vinieron los ajustes de horario y dejamos de vernos. Cuando me regresaron a mi tiempo original algo había sucedido con él porque ya no lo ví más. Tal vez finalmente se había cansado de buscar o había encontrado lo que hasta entonces tenía perdido. Cuánto tiempo pasó hasta que apareció de nuevo en el andén, lo ignoro, el tiempo para mí carece de la importancia que para otros. Ya no todos los días, sin un patrón fijo. Había cambiado, mostraba claros signos de desaliño. Su ropa hasta entonces impecable lucía ahora con arrugas, incluso algunas manchas, que no podían ser otra cosa sino restos de comida, pintaban sus otrora inmaculadas camisas. En su rostro la barba sin afeitar y el pelo revuelto y brilloso revelaban sin duda un nuevo desdén por su persona. La mirada seguía perdida. Había más gente de lo habitual, el andar era lento, los pasajeros se arremolinaban en las puertas impidiéndose el paso mutuamente. Lo ví llegar corriendo, desesperado, empujando, detenerse junto al borde y mirar. Entonces se esclareció para mí el misterio, sus ojos, su mirada, hilo de luz, me llevaron a un punto en la oscuridad, bajo el andén, una reja de ventilación. El hombre sudaba, parecía indeciso entre arrojarse y correr hacia aquel sitio o permanecer en su lugar y esperar el tren que lo llevaría a su destino. Los de seguridad se miraban nerviosos unos a otros por su presencia. Finalmente el mar de gente se separó y entonces partimos. No le volví a ver por un buen tiempo. Llegó apresurado, la gente se apartaba de su paso, los guardias comenzaron a rodearle ¿Qué buscaba en aquella reja? Las personas se alejaban nerviosas y miraban confundidas sin saber qué sucedía. Apuraron el paso, un par de metros más y lo detendrían. Fue más rápido. Las manos no alcanzaron a sujetarle. Se arrojó a las vías y corrió al otro lado. Sus dedos se estiraban hacia la reja. Demasiado tarde. Volteó y nos vimos por primera vez frente a frente. Apenas unos segundos. Enseguida mis ruedas pasaron sobre su cuerpo. Nunca podré olvidar el grito final.