viernes, febrero 27, 2004

Cruce de caminos

Tu mirada barre lentamente la avenida revisando cada centímetro de polvo, registrando las imágenes sucesivas a tu paso, las que vas dejando atrás, las que llegan en cambio permanente. Aún con esto, lo que en realidad se esconde en tu cerebro es la imagen de un pizarrón manchado de gis que avisa: Mañana examen de historia. 7:00 a.m.
Sabes que es tu última oportunidad. Tienes el número indispensable de asistencias para no perder derecho a examen. El primer parcial lo has reprobado con apenas dos respuestas correctas de diez. No te queda de otra —a menos que quieras enfrentar la furia de tus padres, el sarcasmo del profesor, la conmiseración de tus amigos—, que, ahora sí, tomar el libro y ponerte a estudiar. Y más te vale memorizar bien todo porque la calificación debe ser perfecta o no habrá futuro. Tratas de infundirte ánimos: finalmente la revolución francesa no debe ser un tema tan difícil.
No podrás negar que lo intentaste, realmente lo intentaste, tu cuaderno está lleno de notas, a tu lado una botella de coca-cola de dos litros vacía, una taza que alguna vez tuvo café también vacía, y ni el despertador ni el aire frío de la mañana logran hacerte despertar.
Y aunque raras veces sucede, en algún punto la sucesión monótona del tiempo se resquebraja, y abre un pasaje en el que la frontera presente, pasado y quizá futuro se desvanecen.
Una caída en medio de tu sueño, un fuerte golpe contra el piso. Un par de sólidas manos te sujetan. El peso de unas cadenas de metal.
Días después tu fotografía adornó un pequeño espacio de algún periódico. Servicio Social, el pasado día desapareció el joven...
Claro que tú no supiste de ello, incluso ahora ni te preocupa. ¿Qué se sentirá morir guillotinado?