viernes, febrero 27, 2004

Fotografía

El niño piensa: estoy frente al pelotón de fusilamiento.
El fotógrafo no piensa: dispara.

Francisco Hernández

No querías retratos. Nunca te habían gustado, los odiabas. Fue el domingo de tu cumpleaños. Desde temprano el jardín de casa se convirtió en el lugar de reunión de la familia. A media tarde, antes de que mis hermanos se fueran, les pedí que esperaran para tomar la fotografía de recuerdo. Corrí por la cámara. Regresaba cuando se acercó Brenda para decirme que no querías ser retratada. Pensé en lo de papá, que desde entonces te habías vuelto solitaria y silenciosa, le temías al mundo, al pasado. Muchas veces traté de hablar contigo sobre eso, pero tu silencio marcaba el fin de nuestra conversación. Tus temores no arruinarían mis intenciones de aquella tarde. Hicimos caso omiso de tus quejas, te sentamos en una de las sillas del jardín, nietos e hijos rodeándote y presioné el disparador.

Comenzaban los abrazos de despedida, los «no olvides llamarnos», cuando con voz débil avisaste que te sentías mal. Te llevamos de emergencia a la clínica. El doctor nos dijo que al parecer la antigua enfermedad de la que te suponíamos aliviada, recrudecía. La semana siguiente fue dura, más para ti que para nosotros; tensos, tratando de animarte con palabras dulces y promesas de que te recuperarías; observando cómo día a día tus fuerzas menguaban; al pendiente de lo que el médico dijera, en espera de noticias mejores, pero siempre con la incertidumbre del futuro. En tus ojos había un reclamo silencioso, un brillo extraño que fue desapareciendo con el transcurso de los días.
Recuerdo las noches que pasé en vela junto a ti, trataba de mostrame serena y animada, me distraía recordando que de niños Brenda, Luis y yo jugábamos a que tú eras la hechicera y nos escondíamos. En ese juego era a mí a la que encontrabas primero. Jamás te lo dije, pero cuando aparecía tu rostro descubriendo mi escondite, me espantaba porque te creía una bruja verdadera. Nunca olvidé el miedo de entonces, era el mismo que sentía al pasar la noche en el hospital al lado de tu cama. El mismo que se apoderó de mí cuando capté la terrible mirada con la cual me envolviste el día del accidente de papá: te ví llegar por el corredor, exigir que te dejaran verlo, pelear con las enfermeras que no te daban el paso. Contemplé todo tras mis ojos llorosos: me había quedado muda. La trabajadora social respiró aliviada cuando vio al doctor acercarse a ti. Quizá te dijo que estaban haciendo todo lo posible para salvarlo, pero se necesitaba un milagro para que viviera. Finalmente te permitieron verlo. Mi memoria entonces se vuelve confusa. Te recuerdo silenciosa, en tus ojos el reclamo: «si no hubieras insistido tanto en que te llevara, ese camión no habría chocado contra el carro de tu padre, ni habría muerto».
Me dejaste en casa de la abuela y por años me olvidaste. Para ti sólo existieron Brenda y Luis; no yo, que sufría lejos con una culpa que aún no he podido aliviar. Al morir la abuela regresé contigo. Vivíamos como dos personas que tienen que convivir por mera dependencia y nada más. Es extraño que después de tu muerte tu presencia me sea ahora tan necesaria.

Sola, en el sillón junto al librero, mis ojos siempre terminan en esa última fotografía mientras pienso en cómo se fueron dando los acontecimientos que me tienen hoy postrada en este sitio. En esa tristeza que me embargó desde tu muerte. No hay día que no te mire. Con sorpresa descubrí que al lado de tu silueta ha surgido una mancha. Pensé que la fotografía estaba sucia, que era la humedad, o la huella de unos dedos. Que tal vez era un defecto en el revelado y en mi imaginación parece que cada día la mancha es más grande. Me preocupa la mancha, crece y no quiero que termine borrándote.

Voy de la fotografía al lente de la cámara. Pienso que aguarda para dar el veredicto final. El disparador se apresta, todo listo, y yo aquí mirando la lente, y tú ahí, más atrás, en la fotografía pidiendo mi cabeza. Escucho la detonación. En la fotografía la mancha ha desaparecido.

Estoy a tu lado.