viernes, febrero 27, 2004

Influencia de los parques

Recostado contempla la ventana. Tras ella las sombras de un parque parecen dibujarse. Su salud ha sido frágil desde que tiene memoria. La fiebre y el silbido en el pecho lo han obligado a pasar los últimos días en reposo. Junto a la cama una mesa sobre la cual reposa un grueso volumen de pasta negra. El calor invade la habitación. Tembloroso camina hacia la ventana, a pesar de la advertencia del médico, la abre, se asoma y respira el aire fresco de la noche. Hasta su nariz llega el aroma de pinos. Le recuerda que la historia contada en el libro, que dejó sobre la mesa, se desarrolla en medio de un bosque. Suspira. Su mujer se encuentra en la planta baja. Deja entreabierta la ventana para mitigar el calor y vuelve al libro: el tiempo desaparece mientras lee: lector y libro son uno.
En el libro se relata la vida de un hombre de épocas oscuras; un héroe que se convierte en tirano. Sus dedos palpan la delgada distancia que lo separa del final. El protagonista es abandonado por sus hombres, uno a uno lo abandonan al ver que ese ha convertido en aquello contra lo que alguna vez lucharon. En su soberbia no escucha consejos ni advertencias, desconoce que el pueblo, con su nuevo caudillo, prepara un alzamiento; que su mujer es la amante del nuevo líder. Desde las almenas del castillo, Ulrich el tirano sonríe satisfecho de sus logros, de su poder, mientras el lector se enardece al aproximarse el momento del asalto final.
La habitación es invadida por un pesado silencio que se rompe debido a su respiración agitada y a las páginas del libro convirtiéndose en pasado. La enardecida muchedumbre rodea la morada del tirano, espera la señal convenida, que vendrá del castillo, para iniciar la lucha. A la distancia se escucha una detonación y en seguida la habitación queda en penumbras. Con enojo deja el libro y se asoma una vez más por la ventana. El viento juguetea con sus cabellos, afuera sólo oscuridad. Recuerda que su mujer acostumbra guardar velas en el guardarropa. Después de unos momentos encuentra lo que busca. Abre el cajón donde guarda fósforos; sus dedos temblorosos encienden uno, lo acerca al pabilo, la llama se agita y una luz anaranjada envuelve al cuarto. Es la señal convenida.
Al ver la luz en una de las ventanas los hombres que esperan bajo la muralla inician el asalto. Un ensordecedor rugido llega hasta las habitaciones. Miles de flechas se encienden. En la muralla los guardias preparan la defensa. Desde donde se encuentra alcanza a mirar que el ala norte de la construcción comienza a incendiarse. Cierra los ojos y piensa que se trata de una alucinación, pero al abrirlos, una tormenta de ardientes saetas viene hacia él; apenas tiene tiempo para quitarse de la ventana y esconderse tras los gruesos muros de su habitación. Vuelve a cerrar los ojos. Respira con dificultad, el zumbido de su respiración se hace más intenso, los pulmones parecen reventarle mientras busca una explicación para lo que sucede. Pasa la vista por la habitación: sí, es su cuarto, su vieja cama de pesadas maderas. Las paredes lo aíslan de cualquier ruido exterior.
Decide bajar con su mujer y contarle lo que pasa. Le parece extraño que no haya subido a la habitación después del corte de la electricidad. Abre la puerta del cuarto y camina por el pasillo hacia la escalera. El sudor humedece su frente. Distingue la luz de una vela que viene a su encuentro: ¿Margaret? Sí, soy yo.
Al mirarla comprende lo que ha pasado: Margaret y el joven; Margaret, que ordenó bajar el puente del castillo para dar paso a su amante.
De nada le valió a Ulrich haber tratado de escapar a su destino practicando la alquimia, ensayando los hechizos del libro negro que encontrara en la habitación del Mago. Él era el tirano; el que debía morir esta noche.