viernes, febrero 27, 2004

No se ni que

Para Cintya

Ocultaba su timidez hablando como si estuviera ausente, como si sus verdaderos intereses se en-contraran lejos de allí...
Kurtt Vonnegot

No paraba de hablar. Ella, sí, ella. Y no era su voz la del hechizo. Ni siquiera el rostro. Era un encanto perdido en los libros de la memoria. Eran sus movimientos. Su no estar quieta. Su que el mundo gire. Eran también las mariposas en el estómago. Nunca antes las había sentido. La mirada perdida en el recuerdo de unos días en la playa. De la noche, la arena y el rumor de las olas. Los ojos de la incertidumbre. Tener fe o no tenerla. Y ser el espectador. Hablar y sugerir las palabras que llagan la lengua. Aire sofocante. El calor provoca extraños cambios de conducta. Las horas. Estoy aburrida de ver atardeceres. Al menos de los atardeceres de mi ciudad. La ciudad derrumbada. Quedarse con la luz, intensa, efímera, en la mano. Diversa en el recuerdo. Quise entonces aprehenderla en el papel. Hay cuentos imposibles de escribirse. Amores que nunca habrán de ser. ¿O sí? Yo no me fijo imposibles. Escribir robando palabras a otros: a los recuerdos, a los libros. Con ella nunca se sabe. Eso es lo interesante y peligroso. Vámonos, ya me dio frío. Noche cálida. Y ella tiene frío. Ser nadie. Testigo invisible de su andar hacia el auto. Falso ángel guardián. Abrir la puerta. Y su espalda. Enfrente. Estirar la mano. Y su mirada lejos, lejos de aquí. Ahora o nunca. Un rozón. El tiempo detenido. Y la historia que huye. Ella que vuelve. Despierta. Un hombre que comprende tarde. No hablo para ti. No soy para ti. Así es esto. Tan sencillo. Él podría haber intentado besarla. Recibir una bofetada. Decirle estamos destinados el uno para el otro. Las mariposas, las mariposas escapan volando. Él no es el otro. Y el narrador que quisiera cambiar la historia. La mujer que se mete al auto y cierra la puerta. La luna a medio viaje. Sentir entonces sí el frío. Sonreír. Llorar. No sé ni qué.