miércoles, junio 23, 2004

Adios a Lenin!

De Juliette me queda su aroma. Dulce y suave. La silueta que aún permanece en el asiento del auto mientras avanzo por las calles nocturnas de Guadalajara. En el estéreo Wuakal. Los bajos retumban. Siento dentro de mí la ausencia. Calles semivacías y semáforos que cambian de rojo a verde. El viento agita mi cabello. Y yo callado. Como ha sido siempre después de una película que me ha dejado en shock.

Adios a Lenin

     Adios a Lenin!, de Von Wolfgang Becker es una anomalía en la cartelera de cine (ta’ con Madre diría desde el Nuevo Reyno de León la joven bruja Inés Zamboni). Es increíble como algunos directores pueden mover tantas fibras sensibles del ser humano en apenas poco más de dos horas. La historia es sencilla: una familia en la antigua República Democrática Alemana, la del este, la socialista, se vuelve disfuncional cuando el padre escapa a occidente en busca de… quizá el amor, quizá la libertad. El filme nos lo habrá de responder de una u otra forma. El narrador, el pequeño hijo que sueña con ser astronauta pero que la realidad vuelve ingeniero electrónico, nos conduce a los vericuetos del Berlín de finales de 1989. A las protestas. A la represión que al final fue superada. A un paro cardiaco de la madre que termina en un coma de ocho meses. A encontrar el amor de la vida en una hermosa chica rusa llamada Lara. Homenaje supongo a aquella otra Lara tan famosa. (No la Croft por supuesto, que de cualquier forma también es de nuestras favoritas). La caída del muro que transforma la vida del lado oriental. El derrumbe de su moneda. La perdida del empleo. El capitalismo. Y de pronto la madre que regresa. Su estado de salud grave: cualquier disturbio la puede llevar a la muerte. El hijo que envuelve en un mundo falso a la paciente. Busca la manera de que no se percate de que las cosas han cambiado. Una mentira lleva a la otra y así sucesivamente. Vivir en un mundo irreal. Al final cada uno de los protagonistas habita un espacio construido a base de mentiras, el cual se va descubriendo hasta llevarnos a un final de lágrimas. Sensibles abstenerse. O bien limpiarse las lagrimitas con pudor y decoro antes de los créditos finales. La música, genial, de Yiann Tierssen (sí, el mismo de Amélie Poulain), parte integral del filme sin lugar a dudas. Y no quiero comentar nada más, excepto que promete ser una de las mejores películas del verano. De las pocas…