viernes, junio 18, 2004

De ciudades e infancia

El libro de Alberto Chimal


Más o menos a mitad del libro La cámara de maravillas de Alberto Chimal hay una hermosa joya literaria titulada La ciudad invisible. De una manera sencilla, que me ha conmovido profundamente, quizá por encontrar vasos comunicantes entre la historia que relata y la mía, habla de su infancia en la ciudad de Toluca; de su temprana intuición para encontrar lo invisible, los espacios ocultos a la primera mirada. Chimal nos lleva a través de sus párrafos en un viaje que comienza en su niñez y concluye en su juventud, impregnando su narración con un gran amor por la literatura y su ciudad. Sin embargo creo que lo que terminó por atraparme fueron las ausencias de las que habla. Las que nos marcan los caminos y la vida misma.
     Recordaba entonces como con el paso del tiempo también se ha ido transformando mi ciudad; casas y edificios que han sido demolidos para construir otros. Pero fue Chimal el que renovó en mi el significado de todo eso que no existe más. Y concluía que a pesar de todos estos cambios he logrado cumplir uno de mis sueños: vivir en las calles donde mi infancia transcurrió y mi espíritu fue alimentado.
     La primaria donde estudiamos (en aquel tiempo yo era el mayor de cuatro hermanos) quedaba a una cuadra de avenida Chapultepec, y a escasas cuatro de la casa de mi abuela. Como mi padre y mi madre trabajaban hasta tarde, al salir de la escuela mi abuela pasaba por nosotros, peleabamos por su mano y su compañía y a su paso suave y parsimonioso recorríamos Morelos hasta el domicilio de su casa: Chilardi número 18. Eran días felices cuyas anécdotas todavía cuentan mis tías en alguna reunión familiar.
     Mi madre murió cuando yo tenía siete años. Las tardes que seguimos pasando en esa vieja casa de techos altos, en su patio lleno de macetas, en las habitaciones consecutivas como un pasillo enorme e inacabable fueron alimentando mi soledad. Mis dudas. Mis temores. En la sala se encontraba el tesoro menos resguardado pero a la vez más escondido: algunos libros, diccionarios y enciclopedias: infantiles, juveniles, sobre maravillas del mundo, sobre las grandes guerras, por supuesto todas ilustradas profusamente y oliendo a libro viejo. Entrar a la sala tenía un sesgo transgresor, la puerta siempre estaba cerrada así que me escabullía a escondidas para poder hojear estas páginas que atraían mi imaginación. Las maravillas del mundo me enamoraban, la historia de las guerras me parecía hermosamente catastrófica. Y sin embargo lo que más recuerdo es que pasaba horas de soledad sentado en una ventana enorme que daba al patio, fantaseando con viajes interplanetarios o una súper computadora (lejos siquiera imaginar lo que la tecnología de hoy en día nos brinda), de vez en cuando veíamos la televisión, pero esta no era tan importante.
     Mi abuela tenía un perro, uno de mis tíos, reportero por cierto, era el encargado de cuidarlo y llevarlo, cada tarde, de paseo por el barrio para que pudiera desahogar sus necesidades fisiológicas. Eran paseos bajo la sombra de altos árboles. Morelos, Atenas, Libertad, Chapultepec. Y cada casa, cada cuadra, tenían un sesgo especial. No era nada más caminar, además estaba el monólogo de mi tío, siempre lleno de cosas fantásticas, anécdotas de periodista, encuentros con personajes importantes, historias de infancia donde por supuesto mencionaba a mi padre y a mis tías, un cofre de tesoros orales era su boca. Las historias terminaban invariablemente una plazuela ubicada por Chapultepec entre Morelos e Hidalgo, frente a lo que por mucho tiempo fue la Cámara de Comercio en cuya planta baja cada diciembre ponían un enorme nacimiento que para mi sorpresa hasta contaba una cascada en la cual la caída del agua era constante y real. Ahora es un edificio de casi treinta pisos, con vidrios de espejo y ofrecido en subasta al mejor postor.
     Mi tío se sentaba en una de las bancas del lugar a leer el periódico mientras mis hermanos y yo nos quedábamos jugando: batallas navales antiguas y modernas, viajes a mundos desconocidos, extrañas exploraciones geográficas eran la carta diaria de juegos…
     Mi infancia terminó con dos hechos culminantes cuando mi padre volvió a casarse y tiempo después al morir mi abuela. Ahora vivo a cuadra y media de esa casa. En un departamento más viejo que yo. Me siento en mi barrio. Es mi vida…