domingo, diciembre 21, 2003

Miscelánea decembrina

¿Qué nos hace ser maduros?. No es la edad. ¿Qué nos lleva a tomar con más o menos tranquilidad los hechos cotidianos que a los demás sorprenden o bien les son indiferentes? No dejamos de comportarnos como niños de secundaria. El amor y el odio y todos sus afluentes son el motor que nos esta movimiendo siempre. Nos dejamos cegar por las pasiones. Dejamos que el monstruo dentro de nosotros nos domine y detenga nuestro crecimiento. Pocos son los que se animan a enfrentarlo. Se puede perecer en el intento. ¿Qué es mejor: aceptar estoicamente el destino o luchar fatigantes batallas tratando de (re)componerlo? Estoy atrapado en una trampa de amor. Que puede ser una trampa de pasion, o de inteligencia, o de amistad. Tal vez los ojos esten enceguecidos mas no el alma. El refugio es el silencio. Y la desaparición.
Un amigo me ha pedido que hable de él. No precisamente de él, de algunas experiencias que hemos vivido juntos. Me parece que la de ayer es la más fuerte que nos ha acontecido. Vagar en plena madrugada por calles frías y solitarias en busca de un sitio donde él y su esposa puedan quedarse a dormir. Hablar quizá como en mucho tiempo no. Aflojadas las palabras en su boca por el alcohol y la marihuna. Aclarar malentendidos. La imaginación es a veces tan mala consejera. Pensar en lo que uno necesita para sentirse vivo. Él, abrazado a mi y deshecho en llanto confesaba la certeza que siempre ha tenido y que tal vez no se animaba a gritar: si dejará la música moriría. Y así somos todos, qué cosas no podemos dejar porque el dejarlas nos llevan al morir. A veces me digo a mi mismo que si no escribiera moriría. Quizá no la muerte física. Una muerte en que la esencia de mi ser se perdería asolada por los demonios, mis demonios. Me preguntaba entonces también, al contemplar a su querida esposa, ¿y ella? ¿qué cosa necesita hacer para no morir?. Y pensaba que era un misterio. Pero que él debe conocer. Y que así cada pareja más o menos permanente deber tener sus historias vitales.
Horas antes, en la casa del hermano de L., bajo la influencia del vodka, L y yo habíamos platicado un tanto al respecto. Nada novedoso. El miedo al reflejo en el espejo. A que el posible complemento se convierte en tu propio devorador. En alguna carta ella mencionaba que uno de los dos tendría que morir para seguir juntos. Una especie de sacrificio. Matar la voz. Cercenarse los ojos. Y morir de dolor. Y me pregunto. Porque para ella el reflejo tiene que terminar en muerte. Porque el reflejo no puede ser un complemento. Hablamos. Entre mensajes que venían distantes a su celular y la voz de David Gahan cantando en un Paris lejano y pasado que escapaba del equipo de sonido. Qué vínculo nos une como para soportar el dolor de estar juntos sin estarlo. Se debe posponer la partida o acaso hay esperanza. No, debe haber alguna luz, no se cruzo el umbral dantesco del infierno con su famosa inscripción. Nadie entiende, me parece, este lucha vital. Esta lucha por encontrarte en el otro. El miedo a perderte al perder el otro. Y recuerdo entonces el verso de Roxana Elvridge-Thomas.... "Caigo, sí, pero ahora sé el secreto". Conocer el secreto, ser el secreto.
Esperar
mas toda espera tiene su conclusión
y la vida debe renovarse como los ciclos humanos
uno debe renovarse
el amor renueva... o mata