jueves, noviembre 27, 2003

Al fondo del corredor (Mi proyecto de beca)

Ahora resulta que me dieron beca. Y que casi nadie sabe porque no conocen mi nombre verdadero. Es curioso como el otro, el del seundónimo, se ha comido al real. Pero cuál es más real ahora. Curiosa situación. Otros dos autores de Paraíso Perdido también recibieron beca. Y eso que para algunos no existimos... Pues acorde con estos tiempos tan politicamente correctos y la transparencia en el manejo de la información, a continuación el texto que resume mi proyecto de la beca. Los cuentos que vaya escribiendo los estaré subiendo al blog para que asi quien guste los pueda leer y claro criticar. Ya saben cualquier comentario a mi correo electrónico: antonio_marts@hotmail.com. Además los invito a visitar la página de una joven escritora la cual confio tendrá una trayectoria grande en el mundo de las letras... su blog: El despertar

Al fondo del corredor
Libro conformado por 22 cuentos, dividido en 3 partes.
La primera parte se encontrará formada de una decena de cuentos breves, donde lo irreal, lo fantástico y la otredad fluyen creando atmósferas oníricas que van envolviendo la realidad de los personas. Es a su vez un capítulo en homenaje a algunos de los escritores que han influenciado al autor.
La segunda parte contará con cinco historias, las más realistas del conjunto,las que se busca estén unidas por personajes en común, por encuentros y cruces narrativos y en ellos la presencia de las calles de la ciudad, de escenas urbanas será constante. Aquí no hay ensoñación, ni mundos paralelos que surgen en la mente de cada personaje. Una realidad que aplasta, con la que se tiene que vivir y a pesar de la cual se debe que sobrevivir o morir en el intento.
Tercera parte y final. 6 cuentos, los de mayor extensión en los que los sucesos sorprendentes ya no surgen de una aparente nada, se desarrollan en los intrincados laberintos mentales de los seres que viven en una orbe que los enferma. El escape es la creación de mundos paralelos dentro de su vida normal y cotidiana.

El hilo conductor de las tres partes es lo urbano: personajes que tratan de escapar a su rutina, ya sea a través de la locura, sus juegos mentales, la ebriedad o simplemente fugarse de la realidad a cualquier costo porque «no queda de otra». El escape final es siempre la muerte, que como manto protector cubre todos los textos que se recopilarán, ya sea velada o directamente. No hay más esperanza. Cómo dijo Nabokov: «Los finales felices son estéticamente inferiores».

El escenario de casi todos los cuentos será la ciudad de Guadalajara.

Nada importaba entonces (novena entrega con aclaración)

¿Quién es Araly?. Algunos me lo han preguntado. Y yo no se responder. Porque Araly no existe. O si se quiere es un ser conformado de recuerdos. Un rompecabezas creado a base de flashbacks. Por supuesto hubo una Araly original. Pero ya no existe. Así como no hay recuerdo original de nada. ¿Hasta que limite llegó Araly? Esta es la historia final. La historia que detiene una nueva: la de Nisa. Nisa apenas balbucea y ya muchos preguntan por su nombre. Nisa como Araly no existe. Pero es un ser conformado de esperanza. Una esperanza de que nuestra creación terminará matándonos. Prefiero morir apuñalado (por mi creación) que no intentarlo. Por otra parte, decidi escribir estas líneas e interrumpir el silencio de las entregas de "Nada importaba entonces" porque en estos tres capítulos escritos hace tanto tiempo ya encuentro la profecía de algunos de los proyectos en los que ahora trabajo. La presencia de Casandra. El libro del olvido. Basta pues de palabrería, he aqui tres capítulos que movieron mis entrañas hondamente.


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Por mucho tiempo creí que enamorarse era sufrir; cuando te enamoras te sientes capaz de dar todo de ti, inclusive de hacer las cosas que dices más odiar, pero el amado nunca queda satisfecho: siempre existirá un extremo a trasponer, otro beso, una caricia nueva, una frase nunca antes escuchada; que enamorarse ciegamente era un ir a la búsqueda de más y más hasta agotarse; terminar hartos de perseguirse sin alcanzarse jamás por completo; que nos fascina sufrir y por lo tanto imposible sería dejar de enamorarnos. Lo prohibido, lo que duele, fueron origen de placer para mí. Placer misterioso nacido de violentar las normas, de caer en la tentación. Creí gozar con mis pasiones y me engañé con esa libertad falsa. Dije entonces que no había cargo en la conciencia; me cubrí de pretextos para escurrir la culpa: ¿acaso soy yo el guardian de mi hermano?
La idea del hoy me parece confusa, y no obstante Araly, puedo decir que tú me trajiste nueva vida. Me llevaste a un estado de sensibilidad total: ver al mundo con ojos nuevos, percibir imágenes que nunca antes creí posible contemplar; que existieran. Trajiste la poesía, y con ello una crisis originada en una nueva visión del amor.
Una flor que apenas creció, a la que regamos y entregamos todo el cariño, eso fue el amor —nuestro amor.
Tomé la flor y me hice responsable de su crecimiento.
No fue tiempo perdido el que invertí en ella.
Tú, Araly, fuíste la flor.
—Mi poema más difícil.

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Ya no tiene caso tratar de recordar con exactitud los días y las horas en los que Araly y yo nos encontramos. Tampoco importa saber que encuentro y en que lugar sucedió primero. (¿Alguna vez nos han servido las certezas para algo más que tener fe en nuestro destino?) Pudo ser en el café que estoy mirando y que tanto nos gustaba, o caminando por las calles de esta ciudad mala madre. O quizás pueda soñar todas las pláticas. Sí, un largo sueño que me inventé para olvidar la soledad. Un largo sueño del que tal vez no quiero despertar, tan largo como la vida misma. ¿Tiene caso recordar que Araly, según me dijo, nació por una broma del destino en esta ciudad? un viaje inesperado, un parto inesperado. Yo creo que las personas pertenecen en todo caso a si mismas, no al lugar donde nacen sino donde viven. Araly vivio su juventud en otro lado. Años después regresó a estos rumbos. Pero su caracter lo adquirió en la otra. Una ciudad llena de contradicciones, pequeña y grande en muchos sentidos, noche y día, oscuridad y luz. El alma de Araly era de laberinto, de calles y túneles que conducían siempre a un lugar distinto. Tal vez Araly supero el espíritu de su ciudad. Amaba aquella ciudad pero alguien decidió por ella emigrar a esta. Para tener más oportunidades le dijeron. Fue dificil, pero una vez aquí supo que tenía que haber venido desde siempre. Qué estudió Araly, no lo recuerdo. O no me lo dijo.

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Quizá soy yo el que no quiere recordarlo. Probablemente letras o comunicación. Alguna vez le pregunté por qué no la capital. A la capital le tenía miedo, que aún no estaba preparada. En Araly convivían sin mucho esfuerzo una gran valentía y un gran temor al mismo tiempo. El respeto y la irreverencia. Me sorprendía su religiosidad hacia la vida. Su confianza ciega en un poder superior. Y no creía en los poetas que negaban la existencia de un ser total. La poesía decía ella, tiene que ser un diálogo con ese ser. Si quieres tú un balbuceo. El poeta es una esfinge, intermediario entre los dioses y los hombres. Alguna vez alguien dijo me dan miedo las esfinges. Piensa entonces en Casandra. Ese es el destino del poeta. Tener el don de Apolo y no ser entendido. Ver su propia desgracia y expresarla en sonidos ininteligibles. Hemos perdido el don de la poesía, se lamentaba. Discutíamos por eso. El destino esta escrito, las elecciones que hacemos son mínimas y ya están contempladas, ligeras variaciones para un mismo fin. Los sueños nos distraen y nos amargan. Cuando yo decía esto ella callaba, o cambiaba la conversación y era punto final a estos temas. A veces en su enojo llegó a decir que no tenía caso hablar cuando no te quieren escuchar. Tal vez yo no la quise escuchar Escucharla era cuestionar mis certezas, mi seguridad, mi mayor miedo era la libertad. Qué hacer con ella. En ese entonces Araly quería escribir una novela que hablara sobre la vida de un escritor, nunca nombrarlo, hablar de su lucha contra la soledad, la inmersión en si mismo, en el todo, en la sensibilidad. Un libro que quitara a los escritores esa imagen de estrafalarios y famélicos borrachos, insaciables seductores, egoístas, torpes, alejados del mundo. Soñaba incluso con después convertirla en guión de una película. Incluso hasta la posibiidad de dirigirla ella misma. Araly y sus sueños llenaban mi alma de fe. Su fe, su alegría me motivaron a escribir. Supongo que los poemas que en ese entonces escribí no valen nada, versitos de principiante enamorado. Después intenté escribir un libro en el que el tema central era el olvido. El olvido que borra nuestros fracasos, el olvido que redime y del cual habremos de salir renovados. Ahora el olvido duerme en un lugar que ni yo mismo recuerdo. Sí, pudo ser el café que Ahora miro. O cualquier sitio. Si Araly estuviera aquí no me dejaría hundirme en estos pensamientos. Pero no esta. Y yo necesito estar solo. sólo, ni siquiera conmigo mismo. No me soporto.

martes, noviembre 18, 2003

Verano

para Ana


Alicia abre la ventanilla del automóvil. Es octubre y sin embargo el calor está insoportable. La atmósfera sofocante y el tráfico del mediodía hace casi imposible hilar cualquier pensamiento. De las bocinas del auto escapa un estribillo que vuelve más pesado el momento: seeeeeeeeeeeeeed. Alicia cierra los ojos, divaga en sus recuerdos y se hunde lentamente en los pasados días de verano. La canícula y la playa. Aquel mes junto al mar y con el viento de lleno en el rostro. Quería escribir. Escapar de la rutina en que se había convertido el trabajo en la editorial. Corregir galeras, someterse a los caprichos de los autores reconocidos, acabar el día con los ojos cansados de tanto leer. Después en casa enfrentar la página en blanco, la pantalla en blanco. No había actualizado su blog por más de un mes, y cada que revisaba su correo electrónico lo encontraba atiborrado de mensajes preguntando por ella, por sus escritos. No respondía. Ya no tenía nada que decir. Un libro de poemas publicado, una novela, alguna beca, comentarios positivos en revistas y suplementos, «una carrera ascendente»: a principio del verano parecía que ese vuelo había perdido las alas y caía irremediablemente.
Un bocinazo propinado por el conductor del auto que estaba tras el suyo la despertó de la ensoñación. Seeeeeeeeeeeeeed, se alargaba en las bocinas. Y tenía tanto sin escuchar ese disco. ¿Por qué lo había subido al auto esa mañana? La fila apenas avanza unos metros. Se había mirado en el espejo y se descubrió vacía. Eran apenas unos meses y parecían años. Él se había ido con los últimos aleteos de primavera. Llegaron las tormentas como las lágrimas a su rostro. La rutina, dijo, lo ahogaba. El hombre no titubeo. Tomó sus cosas y dejó el departamento. Cada tarde, cada lluvia, cada vaso de vodka, no fueron suficientes para curar esa ausencia. Y seguía en blanco.
Alicia detiene la canción, es demasiado, toma un estuche con discos del asiento del copiloto . Elige, cualquiera es bueno. Una gota de sudor se desliza de su cabello. Es octubre y el calor insoportable. El semáforo indica avanzar pero ningún auto se mueve. Mazzy Star. ¿Por qué Mazzy Star?
Fue entonces cuando recibió la llamada. Un bungalow amueblado en la playa. Aquel amigo escritor que alguna vez la pretendiera, le pedía que cuidará su refugio por un mes. No tuvo tiempo para más. Era sí o no. Tan lenta ella para decidirse. Balbuceó un sí tímido, él dijo que le parecía perfecto y que le enviaría las llaves a la editorial, no hacía falta verse. ¿No hacía falta verse? Colgó. Se arrepintió enseguida de haber aceptado. «Cómo puedo ser tan impulsiva». ¿A dónde llamarle?. Al día siguiente las llaves estaban en sus manos, la dirección, y un mapa dibujado de último momento con una frase: «Por si te pierdes y crees que no sabrás llegar». Lo difícil vendría ahora, cómo justificar un mes de vacaciones; seguramente la echarían del trabajo. Imposible también decirle que no a su amigo, seguramente en esos momentos se encontraría ya a kilómetros de ahí. Y el que partió sin haberla llamado, sin noticias y la hoja en blanco.
Avanzan casi media cuadra, lo cual es buena señal, unos minutos más y la serpiente articulada correrá rauda y fluida por la arteria de cemento. Se descubre moviendo los dedos por el volante, al ritmo parsimonioso de Mazzy Star, la voz de Hope Sandoval le eriza la piel. Una lágrima escapa de sus ojos. Una lágrima como la brisa del mar, salada.
¿Qué son las casualidades? ¿Existen? Tenía trabajo justo para un mes. Corregir un mamotreto que se publicaría próximamente. Su jefe tenía fe en que este proyecto redituaría fondos a la empresa, accedió sin chistar a su petición de que le diera un mes para trabajar sin tener que ir a la oficina. Dos días después reposaba en una hermosa terraza frente a una larga y dorada playa, con el sonido de las olas reventando.
Al principio no fue fácil, el texto que corregía era aburrido. En lugar de distraerla leer el texto la hacía pensar más en aquello que deseaba olvidar. Decidió imponerse una rutina. Como si las rutinas nos protegieran de cualquier sorpresa. Caminar todas las mañanas por la playa, depejar su mente, dejarse conducir por la brisa del mar, por el sonido de las olas. A pesar de ser verano se encontraba poca gente. Cada cuatro o cinco días renovaba la despensa. Un pequeño supermercado fue su fuente habitual de víveres. Un adolescente le ayudaba con las bolsas. Contadas noches se animó a salir de su enclaustramiento e ir a cenar. Las horas que le quedaban libres las dedicaba a su trabajo, quería terminar pronto, aunque no tenía la certeza de con qué fin quería hacerlo, si al principio en lo único que había pensado fue en trabajar para no tener que enfrentar su vida. Decidió probar con la hoja en blanco. Y comenzó a fluir. Balbuceos, calistenia verbal. Él aún presente. Él. Él.
Cuando se cansó de Mazzy Star, le ofreció la oportunidad a Bunbury. Algo del viento a favor recitaba la canción. El viento que comienza a meterse por la ventanilla aminorando el calor. El calor que ahora atosiga y que entonces era buen compañero. Imprescindible.
Cómo saber si algún encuentro ha sido planeado por los hados. Comenzaron a encontrarse. Cada mañana. Frente a frente. Discretos al principio, curiosos, más tarde con ansiedad y reconocimiento sus ojos se abrazaban. En ellos descubría una clave para leer el universo. Si en un principio fueron encuentros casuales, después se convirtieron en necesidad. ¿Quién hizo la primera seña? ¿Quién se atrevió a intercambiar la primera palabra? Eso quedó en la oscuridad de la historia. Los saludos derivaron en las primeras preguntas, las que nos van acercando al otro, después las sonrisas cómplices, las manos que se buscan y se eluden, ese juego de resisitir y ceder. Se había establecido una cálida calma. Una ligera brisa. La cronología se pierde. Vino entonces un primer beso, y unos brazos que la sujetaron cuando tan sola se sentía, que impidieron su caída al abismo. Y la playa aún tibia después del atardecer.
Ese verano fue su isla desierta. El destino final al que su naufragio la había llevado. Cansada de bracear contra la corriente, decidió soltarse a los caprichos del azar. Y el azar responde casi siempre con presteza. El azar como un auto en buenas condiciones, con un embrague que entra suave para avanzar. Ruge el motor, rugen los demás motores y los autos comienzan a moverse, a escapar de la fuerza de atracción del embotellamiento. No le gusta conducir de prisa. El calor vuelve loca a la gente. Acelera para aminorar el sofoco. El sudor perla el rostro, la espalda.
¿Con qué se termina una historia y comienza otra? Casi siempre se mezclan, como la música en los clubes nocturnos, el ritmo es la pauta a seguir, no perderlo, cambiarlo solamente.
Despertó sudando, atrapada en los brazos de aquel hombre, con una sensación de calidez y bienestar que le dio miedo. «Esto no puede ser cierto.» Él dormía desnudo boca abajo, se quedó contemplándolo, recorrió con la mirada cada centímetro de piel. La hoja en blanco ahora lucía algunas líneas, la mano libre, la tinta era una lengua que corría suave y ligera sobre el campo desnudo de una espalda, de unos hombros.
Pensó que era momento de retornar al mamotreto. Apurarse. Había una razón para compartir el tiempo, la vida. «Vivamos sólo el momento» había dicho él. Era Ahora que lo veía junto a ella que pensaba en el calendario. La mitad del mes son apenas quince días. Cada uno que pasaba la partida era inminente. En medio del calor de aquel verano, del punto más alto y feliz, volvió a llorar de impotencia y dolor.
El resto del trayecto es corto. Alicia va en silencio. Apenas unas cuadras la separan de su casa. La casa sola. Parecía que nada había cambiado y sin embargo... La habían invitado a presentar libros, colaboraciones en revistas, escribía... «Qué te sucedió, parece que vuelves a ser la misma» le dijo su mejor amiga. «La misma no. Soy otra» Pero la casa sola. Un libro a punto de concluirse. «Ahora es un vacío diferente».
Se acompañaban mutuamente. Ladrillos uno del otro para construir una casa de sólidos cimientos. Contra el tiempo siempre. El tiempo, ese maldito lobo. Él le pidió que se quedara. «Debo partir» dijo ella. No permitió que la viera llorar. Se abrazaron largamente, como si en el abrazo se pudieran concentrar todos los minutos y segundos de la vida compartida. Lo último que vió antes de abordar el autobús fue el rostro de él y la calle principal del lugar como fondo. Después prefirió no mirar y dormir. Dormir.
Las calles de la colonia como siempre vacías, aminora la marcha. Le da pánico imaginar que algún niño surgirá a toda carrera de una de las tantas cocheras y terminará atropellándolo. Llega a casa. Un escalofrío recorre su cuerpo. Ve sobre la puerta un recado y el corazón se acelera. Entra: sobre la mesa un enorme girasol: el amor. Él. Él.



domingo, noviembre 16, 2003

Unas lí­neas al azar

Son las nueve de la noche de un domingo. Apenas dos horas de sueño desde ayer sábado. Sé que tengo semanas sin escribir nada personal y no tengo la menor idea sobre a donde conducirán estas palabras. "Es como ir por un caudal corriendo / Ligero y fugaz como un destello / La vida, dime ¿es algo màs que un sueño?" (Lewis Carrol). En este lanzamiento de dados cuales serán los números de la fortuna. Aquí­ se juega todo. Se juega la vida. Así es uno. Las decisiones son el camino.

Nada importaba entonces (octava entrega)

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Precisamente en el café que ahora miraba había conocido a los amigos de Araly. Recordaba —y ahora de pronto se preguntaba que le había hecho acercarse a aquel grupo de personas que gustaban de sentarse horas a la mesa para discutir de temas ajenos a él— hablar de literatura, arte, filosofía. Cómo aquellos temas también lo fueron apasionando. Interesarse por lo que a Araly le interesaba le llenaba el alma. Y sin embargo nunca pudo quitarse de encima la idea de esnobistas que se había echo de ellos. Desde la primera vez que los había visto. Sintió que tampoco era aceptado. Hay tantas cosas que uno hace sin explicación, por puro apasionamiento. Y entonces no le preocupaba saber porque lo hacía. Casi podía recordar las caras con todos sus detalles. Aquella mesa y aquellos nuevos amigos —cuántas veces en la vida uno muda de amigos, ¿cuántos verdaderos se salvan de la guillotina? ¿cuáles amigos crecen junto nosotros? Sentado en la banca, de pronto los recuerdos eran una pesada loza. La asfixia aumentaba. Pero no, su enfermedad estaba en aguantar todo aquello. En fingir fortaleza. Había sido fiel lector de intrigas francesas en las que se enseñaba a reprimir las emociones y a fingir calma a pesar de que por dentro uno se este quemando. Podría ver los rostros frente a él. Adriana enamorada de los poemas de Sabines, enamorada del amor, junto a ella Mauricio admirador de Paz a pesar de apenas haber leído un libro de él, junto a Mauricio, Alberto, columnista trasnochado de los que nunca faltan, ocasionalmente llegaba Valeria estudiante de letras, tímida, Araly y la poesía ante todo.
La primera vez que estuve ahí discutían algo de Rayuela. Alberto pretendía llevar la batuta, hablaba del compromiso ético del escritor con las masas, discursaba y discursaba repitiéndose y repitiendo las maneras aprendidas de tanto político y burócrata cultural. Mauricio no estaba de acuerdo y defendía su posición citando a autores que citaban a Paz. Valeria aprobaba o desaprobaba con si o no apenas audibles. Adriana se hacia bolas. Araly defendía a Cortázar y a Paz. Opinaba de cada uno y a mi de pronto todo aquello me parecía lejano. Los veía discutir y entonces mi pensamiento convertía aquello en una imagen cinematográfica. El enfoque se alejaba poco a poco hasta que yo me perdía en algún instante. Los veía como muñecos animados pero no los escuchaba. Me olvidaba de todo y de todos. Buscaba conocer a los autores de los que hablaban pero no era de mi agrado opinar con las palabras de otros. Alguna vez había leído una cita de Wilde en la que se preguntaba hasta que punto nuestro pensamiento no es sino citas de otros. Cuándo habla el que realmente somos. Quienes somos realmente. Eso meditaba por largos minutos en los que me quedaba como suspendido hasta que alguien, Araly casi siempre, me regresaba a la realidad con voz insistente. Me quedaba meditabundo, daba un sorbo a mi bebida y respondía que no conocía el tema.
Pero ahora ya no era el café, sentado en el banco del camellón. Con el peso del mundo encima. Harto de todo el pasado, de su presente de un futuro desconocido. Harto de la rutina. Harto de ser el mismo.

Nada que decir en realidad

sábado, noviembre 08, 2003

Nada importaba entonces (séptima entrega)

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Salío del restaurante. El sol ahora emprendía el descenso hacia el nadir y había un poco más de sombra, sólo un poco más. Atravezó la avenida y tomó asiento en una de las bancas del ancho camellón, bajo la protección de un frondoso árbol. Cerró los ojos. Los autos, los sonidos, el entorno parecían distanciarse. Percibía un abismo profundo, insondeable, en su alma. Recordó lo que había pensado cierta noche cuando al despertar repentinamente había escuchado el tic-tac incesante del reloj. La vida es un reloj despertador. Nacemos y dentro de nuetro cuerpo una invisible manecilla señala determinado día, determinada hora; y cuando finalmente llega el momento y el corazón estridente retumba, todo habrá terminado.
Sí, la vida es una bomba de tiempo...

16
Aletargado por la comida y el calor, pensar le hacía daño. Buscó distraerse abriendo los ojos, su mirada comenzó a buscar algo en las junturas de los adoquines, contemplo la fuente, el pasto, algunas flores, las ramas de los árboles, los edificios. En el cielo azul ni rastros todavía de nuebe alguna. Miró el reloj. No, aún era temprano para regresar a casa. ¿Qué hacer cuándo no hay nada que hacer? Cerró los ojos nuevamente guardando la imagen del cielo y las hojas en su mente. Trató de imaginarse convertido en ave. Levantaba el vuelo y se veía sentado en la banca de concreto del camellón. Enseguida el techo de algunos autos, la punta de los árboles y la azotea de los edificios. No, ya no era un pájaro, ahora era una particula de viento, de luz, y seguía elevándose, ahora miraba la ciudad, unos instantes después el continente y seguía su marcha, dejaba atrás la tierra, la luna, el sistema solar, la galaxia y viajaba buscando el límite del espacio... avanzando, avanzando, pensaba en la totalidad, en la eternidad, en el infinito.
El claxón y el agudo chirriar de los frenos de un autobús lo volvieron a su lugar, horrorizado, lleno de temor ante lo que había sentido.

jueves, noviembre 06, 2003

Nada importaba entonces (Sexta entrega)

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La primera vez que salimos juntos de un cine el sol estaba casi a punto de ocultarse, el centro de la ciudad cubierto por la luz ambarina de las lámparas, no había grandes nubes en el cielo que apresuradamente se volvía negro y se colmaba de estrellas. Caminar tomados de la mano por calles antiguas inundadas de gente apresurada ajena a nosotros. Personas para las que nosotros fuímos apenas fantasmas.
Me gustaba caminar con Araly, el saber que para ella las cosas más sencillas están llenas de belleza; mirarla y descubrir como puede transmitirse la alegría con una mirada, un apretón de manos. Por el contrario yo soy frío para expresar lo que siento. Estar con ella me hacía ser humano.
Platicamos largamente. Hablé de mi vida. De que por mucho tiempo creí que seguir a mis amigos era vida, de los motivos para empezar a leer y luego a escribir. A su vez yo escuchaba con atención lo que ella me contaba; de su vida, de su familia, de su trabajo, de su manera de ver la vida, del amor.
Sí, caminamos horas, kilómetros sin jamás agotarnos.
Recorrimos una de las avenidas principales, nos dejamos ir por la orilla de ese río de autos intercambiando puntos de vista del paisaje. Me encanta caminar por esas calles. Está ciudad tiene una magia espacial que no cualquiera capta. Recuerdo que le platiqué el sueño del tren, ella rió divertida, quizá para ella no fue más que el comienzo de un buen filme. Araly no hacía caso de los sueños. Decía que en vez de preocuparnos por interpretar los sueños, mejor vivir la vida al máximo y cada instante: comprometerse enteramente en ello. Yo no soy como Araly. Yo pienso siempre en el futuro. En que mis actos son ahora los actos que deciden un futuro posible o no. Al pasado, a mi pasado no le temo en cuanto a lo que pueda repercutir en el hoy, pero no lo olvido, en él siempre hay claves. No creo en la amnesia voluntaria.
Al despedirnos me sentí tonto, con un deseo tremendo de abrazarla y sin embargo, sólo atiné a sonreír...

13
Me gustan los cafés vacíos. Escuchar los sonidos, continuos y agitados que avanzan presurososo al exterior.
¿Vendría o no vendría? ¿Cómo saberlo? Llegar media hora antes de la hora acordada. Conocer el lugar. Ubicarse, encontrar un espacio y hacerlo propio. Así, cuando arribe quien se espera, llegará a mi casa, a mi mesa.

14
Paladear tu nombre es masticar un beso lentamente, recorrer cada recoveco de la boca en un reconocimiento final. Tomar letra por letra e irlas desnudando hasta descubriri quién eres tú verdaderamente.

miércoles, noviembre 05, 2003

Dos poemas de Casandra

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(claridad)


Del viaje no se puede decir una palabra
La amplitud de lo que abarca hace imposible describirlo
Fue Casandra la que habló:
No hubo profecía
Su oscuridad —ahora claridosa— comunica
y canta la historia de su historia
Su inasibilidad quedó plasmada
La palabra
y su don
desnuda el alma
¿Será verdad?
Y mientras dos se dirigen a destino incierto
los demás las sombras habitan un mundo separado
Dos hacen un mundo
A pesar del silencio
del equívoco
de la bifurcación
de los caminos


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Creta, el vuelo

Aunque Minos me cierre la tierra y el mar
el cielo, no obstante, permanece abierto. Por allí iremos;
aunque lo posea todo, no posee el aire
Dédalo, Ovidio

Caigo, sí, pero ahora sé el secreto

Roxana Elvridge-Thomas


Alcé el vuelo y escapé del laberinto
nada sabía
de las alturas
Me advirtió él mi padre el otro
pero no escuché porque el viento es canto de sirenas
Ella habló:
lentamente
entre ese canto
que se va metiendo a las orejas zumbido
Repitió mi nombre
Ella habló:
no entendí su palabra:
Ella: la esfinge
la hechicera
la vidente que habría de morir
al pisar la tierra griega

No sabía y seguí ascendiendo
La corona de Ariadna en las alturas,
fuegos brillantes ente el arrodillado y la serpiente
Lo único que vi del minotauro
fue una lágrima —diamente diáfano—
brillar en el confuso palacio construido por mi padre.
Ella dijo:
Ariadna
Él conocía ese nombre y por ese nombre lloraba
Ella dijo: Teseo
y cayó esa lágrima furtiva
La voz dijo: asciende y conocerás
Supe entonces que él, el otro, había sido burlado por la astucia
de una mujer enamorada
¡Ay Ariadna!
entregaste tu hermano al verdugo
Resignado ofreció el cuello
los héroes se entregan a la muerte que les toca
sin menoscabarla
Ella dijo: Aquiles
Venció al predilecto, domador de caballos,
y tampoco conoció el día de la victoria
vino a él la oscuridad en una flecha disparada por la mano
del más cobarde de los hijos
Dijo ella: Te odio Apolo odias a mis hijos, asesino
—Tal vez así es mejor
—Tal vez así escapan del recuerdo piadoso, de la conmiseración
Y el viento en su insistencia
ven viajante
asciende asciende
él, el otro, mi padre, quizo advertirme
sus palabras escaparon de mi alcance
En las alturas supe que toda historia es falsa
nadie pude traducir con fidelidad la voz
Las alas arden
Ella: la esfinge
la madre
dejó caer en catarata los fonemas guturales
asciende asciende
Vi a Teseo alzar su espada
cercenar el cuello
en el centro mismo del laberinto
y Ariadna
comprendió entonces que su amor no era Teseo
que el amor, solo amor, la había llevado a matar al minotauro
porque no era suyo poseerlo
Quizo perder el hilo plateado (de la cordura)
olvidarse en el laberinto
Dijo ella: Teseo no existe
el laberinto no
ni Troya sólo palabras
el vuelo tampoco
Sólo el secreto
la oscuridad
La alas arden
asciende asciende
y en aleo constante intento
el sol saborea su victoria
los dioses no perdonan (la soberbia) de intentarlo
y así
caigo
y me llevo el secreto
mientras él, el otro, Asterión,
llora

martes, noviembre 04, 2003

La última escala del Tramp Steamer

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Los hombres cambian tan poco, siguen siendo tan ellos mismos, que sólo existe una historia de amor desde el principio de los tiempos, repetida al infinito sin perder su sencillez, su irremediable desventura
Álvaro Mutis

lunes, noviembre 03, 2003

(Nada importaba entonces (Quinta entrega)

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10
Dejó el portaminas sobre el restirador. Miró a través de la ventana. Durante unos instantes contempló el exterior, después concentró su mirada en el reloj de pared que había evitado mirar en toda la mañana. Al ver la hora esbozó una sonrisa. Contempló su trabajo. No era de los mejores, pero se sintió satisfecho. Era hora de salir a respirar.
Cerró la puerta, su paso lento lo condujo a lo largo del pasillo. A pesar de que era hora de salida vio poco movimiento. Algunos «hasta luego?» le hicieron pensar que los demás al menos recordaban su existencia.
Se encaminó al reloj checador. Le pareció escalofriante, como todos los días desde que comenzara a trabajar en el despacho, rendirle cuentas a una máquina. Suspiro resignado. El trabajo hoy en día no se valora por lo creativo sino por lo eficiente. Reprimió su frustración por temor a que la máquina pudiera leer su pensamiento y en lugar de morder la tarjeta, atrapara su mano. «Somos esclavos del tiempo»; el tiempo, siempre el tiempo. Qué afán de vivir la vida demasiado aprisa: finalmente se vive poco: cada vez menos. ¿Hasta cuándo seguir corriendo hacia el desfiladero?

11
Un golpe de calor azotó su rostro al abrir la puerta. El aire acondicionado del vestíbulo lo había separado de la realidad. El sol en su cenit caía a plomo. Ni una sola nube que prometiera sombra. Se quitó la chamarra y lamentó no haberla dejado en el despacho. Los sonidos de autos y camiones de la cercana avenida contrastaban con la tranquilidad de la calle por donde caminaba. Al llegar a la esquina dio vuelta tomando la avenida que tanto le agradaba. Buscó la acera que tuviera más espacio de sombra pero fue inútil, apenas una pequeña franja negra que no aminoraba el intenso calor.
Caminó por la avenida mirando los escaparates que surgían a su paso, dos cuadras adelante fue inevitable toparse con la florería donde varias veces se había detenido a comprar flores para Araly. Le gustaban las rosas. Las rojas no porque todo mundo las regala; para ser la excepción; para no hacer caso de los símbolos. Atravesó la calle pensando en rosas. En su horizonte apareció el pequeño restaurante donde había decidido comer. El restaurante donde acostumbraban verse para cenar, platicar, hablar de sueños, libros. Dónde él le dijo que odiaba los vegetales no porque no conociera los nutrientes que contenían, si no porque su organismo respondía a sus instintos carnívoros, mientras ella reía ante sus explicaciones.
El lugar era una simbiosis de café y casa particular. Por entrada tenía un agradable solar con mesas y sombrillas para aquel que quisiera estar al pendiente de lo que acontecía en la calle, o simplemente recibiendo el frescor del aire. Él no acostumbraba sentarse en el patió, le desegradaba sentirse envuelto por el humo y el ruido de los autos.
Una agradable luz que se filtraba de varias claraboyas iluminaba las mesas. No era un restaurante ostentoso, agradable y cómodo sí. Tomó asiento en una mesa —su mesa— desde la cual podía observar quien llegaba y quién partía. Se dejaba tomar por asalto por los recuerdos mientras el mesero solícito se acercaba a preguntarle que deseaba con la certeza de saber que pediría.
Recordó, al ver un hombre maduro leyendo un grueso volumen de filosofía, pláticas de días ¿cercanos?,
¿lejanos?, en que intercambiaba ideas, puntos de vista sobre literatura con Araly. Planeaban sus carreras en el mundillo literario. Llenos de bríos se veían como renovadores de las letras. Recordaba una de sus primeras pláticas en la cual se habló de algunas novelas canónigas y sus autores.
—No me agradan las novelas que mezclan filosofía en su historia, que hablan de diversas formas del pensamiento con palabras rebuscadas, ajenas a mi saber. Que mezclan religiones orientales de las que yo nada se, que hablan del zen como si fuera el pan de cada día, de los vedas, de los nirvanas, de los chakras; que citan a Kant, a Schopenhauer, a Nitzsche y se encuentran colmadas de tecnicismos y palabrejas que debo descifrar pues muchas de ellas no aparecen en mis diccionarios, prefiero aquellas historias que van como cuesta abajo, sencillas, rápidas, te atrapan y devoras los capítulos, que te llevan al final y te dejan en silencio, en shock al caer el punto final. — Ella se carcajeaba
Araly por el contrario amaba a los autores cuyas obras representaban un reto a su comprensión. Entendía la función de los grandes libros como un reto a uno mismo. Una lucha contra la vida, pero que ponían la vida como un obstaculo salvable sólo después de una crisis individual. La literatura le parecía maravillosas desde esta perspectiva: tierras nuevas siempre; un tesoro para muchos pero que pocos sabrán leer y hacerlo suyo.
—Pero no tienes que pensar como yo. Dame ejemplos de esos autores que detestas. Prometo no golpearte.
—Lo he estado pensando, y uno de los autores que más detesto es, por ejemplo...